Rosa Parks, la mujer negra que desafió a la América blanca
X JESÚS CENTENO
En 1955, Parks se negó a ceder su asiento en un autobús
público de Alabama e impulsó el fin de la segregación racial en EEUU
En 1955, Rosa Parks tenía 42 años. Afroamericana, natural de
Montgomery, Alabama, e hija de un carpintero y una maestra de escuela. De
profesión, costurera. Pero además, secretaria y ayudante en la Asociación
Nacional para el Avance del Pueblo de Color.
En aquellos años, los negros sufrían en EEUU la humillación
-especialmente en el sur- de no poder compartir con los blancos los mismos
lugares públicos: escuelas, restaurantes, salas de espera... la segregación
llegaba al punto de que en los baños se mostraban letreros de "sólo
blancos" o, directamente, "negros no". Las leyes Jim Crow,
heredadas de la esclavitud del siglo XIX, fueron diseñadas para que los
afroamericanos se sintieran inferiores y así mantenerlos marginados de la
sociedad.
Gente como Rosa Parks tenía claro que las cosas podían
cambiar. El 1 de diciembre de 1955, cogió un autobús público para volver a su
casa. Por entonces, los vehículos estaban señalizados con una línea: los
blancos adelante y los negros detrás. Así, la gente de color subía al autobús,
pagaba al conductor, se bajaba y subía de nuevo por la puerta trasera.
En el asiento equivocado
Parks se sentó en los asientos del medio, que podían usar
los negros si ningún blanco lo requería. Cuando se llenó esa parte, el
conductor le ordenó, junto a otros tres negros, que cedieran sus lugares a un
joven blanco que acababan de subir. "Éste ni siquiera había pedido el
asiento", dijo después Parks en una entrevista a la BBC. Los otros se
levantaron, pero ella permaneció inmóvil.
El autobusero trató de disuadirla. Debía ceder su asiento,
es lo que marcaba la ley. "Voy a hacer que te arresten", le dijo el
conductor. "Puede hacerlo", respondió ella. Cuando la policía le
preguntó que por qué no se levantaba, contestó con otra pregunta: "¿Por qué
todos ustedes están empujándonos por todos lados?".
Condenada pero libre
"Mientras más obedecíamos, peor nos trataban",
asegura Parks en sus memorias. "Aquel día estaba fatigada y cansada. Harta
de ceder". Por el lance del autobús, Rosa Parks pasó la noche en el
calabozo, acusada de perturbar el orden público y pagó una multa de catorce
dólares. Sin embargo, el caso trascendió y acabó por dar voz a los movimientos
por el fin de la segregación que ya habían comenzado a hacerse notar.
Indignado y hastiado, un joven y desconocido pastor bautista
llamado Martin Luther King organizó una oleada de protestas contra la
segregación en los autobuses públicos de Montgomery que duró 382 días. Los
treinta mil afroamericanos que participaron hicieron marchas de hasta nueve
kilómetros, y cuando les preguntaban cómo se sentían, algunos respondían:
"Mis pies, cansados. Mi alma, ¡liberada!".
Mientras, el caso Parks llegó a la Corte Suprema del país,
que declaró que la segregación era una norma contraria a la constitución
estadounidense, que declara iguales a todos los individuos de la nación. Un año
después, el gobierno abolió cualquier tipo de discriminación en los lugares
públicos.
Rosa Parks. Una negra en el asiento de los
blancos.
X María Ramírez
Antirracista. Nacida en Alabama, esta costurera se
convirtió en una importante figurapara la defensa de los derechos civiles
en Estados Unidos. En 1955 se negó a cederle su asiento del autobús a un
blanco, como dictaba la ley de la época, lo que concluyó con su
encarcelamiento. Su historia puede leerse de primera mano en "My
life", su autobiografía.
Aquel jueves de diciembre ella ni siquiera tenía que estar
en ese autobús. En 12 años, Rosa Parks siempre había respetado una norma que
ella misma se había impuesto tras ser empujada fuera de un autocar por James
Blake, un conductor de Montgomery que insultaba a los negros y les obligaba a
bajar, después de haber pagado, para entrar por la
puerta trasera mientras él pisaba el acelerador. En 1943, Parks, una
costurera activista de pocas palabras, se había resistido al rito humillante
—otro más en la Alabama de mitad de siglo, racista por ley y abusona por
tradición—, y aquel conductor la había arrastrado del abrigo y forzado a salir
de su autobús. Fue el mismo día en que, por ser negra, le negaron por
segunda vez su derecho a registrarse para votar.
Desde entonces, Rosa acostumbraba a fijarse en el chófer y,
si vislumbraba la piel ajada y el lunar junto a la boca de Blake,
esperaba al siguiente autobús o iba andando. Nunca se había despistado. Hasta
el 1 de diciembre de 1955 cuando, a
la salida del trabajo en unos grandes almacenes, la modista
subió a la línea de Cleveland Avenue. Se dio cuenta tarde de quién estaba
al volante. Resignada a compartir espacio con uno de los blancos
más despiadados de Montgomery, se sentó en una de las filas de la mitad
delvehículo. Según la ley de Alabama, las 10 delanteras se reservaban a los
blancos y, aunque no hubiera ningún pasajero de ese color, debían quedar
libres; la 10 últimas se dejaban a los negros, y las 17 intermedias dependían
del conductor. Cuando, en la parada del cine Empire, un hombre blanco se quedó
de pie, Blake gritó a Rosa y a los otros tres viajeros negros sentados en medio
que se levantaran. Mientras los demás le obedecían en silencio, ella sólo se
corrió hacia la ventanilla y miró la cartelera del western que proyectaban
enfrente, A Man Alone (Un hombre solo). Cuando Blake se enfrentó a ella y la
amenazó con el arresto, Rosa contestó su célebre y digno "You may do
that" (tú podrías hacerlo).
"La gente siempre dice que no dejé mi asiento porque
estaba cansada, pero no es verdad", contaba Rosa Parks en su
autobiografía, "no estaba cansada físicamente, o no más de lo que lo solía
estar al final de un día de trabajo. No era vieja, aunque se tiene una imagen
de mí entonces como la de una anciana. Tenía 42 años. No, de lo único que
estaba cansada era de ceder".
Aquellas horas de detención, con una multa de 10 dólares y
otros cuatro por los costes legales al recurrir la condena, desencadenaron un
boicoteo de los autobuses de Montgomery de más de un año que casi hizo quebrar
la compañía de transportes (el 60% de sus clientes eran negros) y una batalla
legal que terminó en el Tribunal Supremo, que ilegalizó la segregación en el
transporte público desde el 20 de diciembre de 1956. "Ahora sí que se han
metido con la persona equivocada", dijo una joven de la Asociación
Nacional para el Avance de la Gente de Color (NAACP, en sus siglas en inglés)
tras el arresto de Parks. Y es que Rosa, una responsable, discreta, religiosa y
educada modista mulata de clase media, era la perfecta afroamericana ante un
jurado. "No tenía antecedentes policiales, había trabajado toda mi vida,
no estaba embarazada con un hijo ilegítimo. Los blancos no podían señalarme y
decir que había hecho algo para merecer ese trato excepto haber nacido
negra", relata la "primera dama de los derechos civiles" en Rosa
Parks: My life. Se compara con Claudette Colvin, quien, con 15 años, se negó,
en marzo de 1955, a ceder su asiento en otro autobús de Montgomery. Pero
Claudette era pobre, tenía una tez muy oscura y se quedó embarazada. A pesar de
su inteligencia y valentía, la NAACP no quiso utilizar el caso. Claudette, como
otras adolescentes, pasó por casa de Rosa y su marido, Raymond Parks, un punto
de encuentro donde se organizaban los horarios de recogida para compartir
coches, se recolectaban zapatos para quien podía ir al trabajo a pie y se
planeaban estrategias legales.
Entrar hoy en esa casita de ladrillos rojos número 634,
idéntica a las 155 que la rodean e integran el project (la versión
estadounidense, dilapidada, de las viviendas populares) de Cleveland Court,
impresiona por su sencillez y su abandono. Sólo queda un frigorífico rechoncho
y amarillento entre sus paredes grisáceas desde que la ciudad decidió
mantenerla vacía como homenaje a su ex inquilina. Lo que antes formaba una
pequeña urbanización de clase media hoy se ha convertido en la periferia
marginal de Montgomery, con niños que corren descalzos con las piernas marcadas
por las hormigas tigre. Los residentes apenas recuerdan quién era Parks.
"Ella era muy tranquila. No hablaba, susurraba",
explica Yvonne Payton, la gestora del project, donde también vivía de niña. La
timidez y la pulcritud suelen ser los rasgos de Rosa más repetidos al hablar
con sus antiguos vecinos o los pocos parientes que quedan en Montgomery (la
familia emigró a finales de los 50 a Detroit por las amenazas telefónicas, los
asaltos a los autobuses y los intentos de asesinato de líderes negros tras la
sentencia del Supremo).
Una formación insólita. Aunque aceptó ser secretaria de la
NAACP —donde la introdujo su marido— porque le dio vergüenza negarse cuando la
propusieron, Rosa irradiaba una fuerza calmada (así se titula uno de sus
libros, Quiet Strength) tras una vida de humillaciones y una formación insólita
para una afroamericana de la época. Hija de una profesora con estudios
universitarios, Rosa completó el bachillerato en una escuela progresista con
maestras blancas del civilizado Massachusetts, trabajó en una base militar
donde no se aplicaba la discriminación por ley gracias a un decreto del
presidente Roosevelt y cosió para Virginia Durr, una blanca que había estudiado
en la Costa Este y luchaba contra la segregación.
A pesar de su introversión, Rosa no tenía lo que ella
llamaba "la actitud de Tío Tom" de otros negros más serviles y
resignados. Era silenciosa, pero no sumisa. Su abuelo, un mulato muy claro de
piel (el bisabuelo de Parks era el terrateniente blanco dueño de su bisabuela),
le transmitió su resistencia frente a la injusticia, aunque también la
conciencia de lo que podía costarle. Con 6 años, Rosa se quedaba dormida en el
salón junto a la mecedora del abuelo Edwards mientras él vigilaba con su
pistola en la mano por si miembros del Ku Klux Klan intentaban quemar su casa.
"Mi abuelo no salía a buscarse ningún lío, pero iba a defender su hogar.
Yo pensaba que, pasara lo que pasara, quería verlo. Quería ver cómo disparaba
esa pistola. No me pillarían dormida", escribe Parks.
"Siempre hizo lo que debía hacer. Muy despacio. Muy
callada, pero siempre lo hizo", recuerda Ruth Craig, prima nonagenaria de
Rosa que aún vive en Montgomery. Ella se refiere con cariño a Rosie y le parece
extraño considerarla ese símbolo en que se transformó.
Tras mudarse a Denver, Parks trabajó para un congresista
afroamericano, John Conyers, y se dedicó a sus libros y entrevistas de tour por
Estados Unidos entre homenajes y premios (como la Medalla de Oro del Congreso y
la Medalla Presidencial de la Libertad que le otorgó Bill Clinton). Al final de
sus días, víctima de la demencia senil, dependía de Elaine Steele, una amiga
que incluso interpuso una demanda multimillonaria en su nombre contra un grupo
de rap por entonar "Rosa Parks" en un estribillo.
Tras su muerte, recibió honores de Estado en el Congreso de
EEUU, los autobuses de Montgomery y Detroit viajaron con lazos negros durante
semanas, y calles por todo el Sur han sido rebautizadas con su nombre. Rosa,
siempre incómoda con la atención mediática constante, dejó una sola lápida
escrita para ella: "Rosa L. Parks, esposa, 1913-".
Fuente: María Ramírez