Botticelli |
Autodefensa de mujeres: única “salvación”
(siglo 12)…
x victoria aldunate/ENcontrArte Venezuela 2008
Ni leyes VIF, ni ministerios, ni campañas
de “sensibilización”, ni votaciones de senados recalcitrantes y machos… En el
medioevo, con Inquisición funcionando y hogueras por montones, las mujeres se
autoorganizaban, algunas “vendiendo” modelos cristianos y otras con un descaro
sólo digno de feministas y lesbianas…
La antigüedad había irrumpido con su
propiedad privada, luego de exterminar a las sociedades matrilineales a punta
de guerras y sangre. La biblia, los filósofos, la democracia griega, entre
otros, ya se habían encargado de negarnos, no tres veces, si no cientos de
veces y de borrar todo el conocimiento neolítico de las sociedades de la diosa.
La derrota materna que denunciaba Engels en sus escritos, ya había sucedido, y
la artificiosa creación de “La
Familia ” para encerrar a las mujeres, ya se desarrollaba,
cuando las calles del medioevo se repletaban de mujeres…
“DEVOCIÓN”: RESISTENCIA A LA IGLESIA PAPAL
Mujeres golpeadas que escapaban de sus
casas, mujeres rechazadas por haber sido mancilladas en una violación, jóvenes que
antes de ser obligadas a casarse con un viejo escapaban y se dedicaban a vagar…
Eran fugitivas. Cientos de parias que cuando lograron verse unas con otras,
decidieron juntarse para sobrevivir.
Así surge un movimiento femenino –o
feminista- cuyo sentido se entiende a duras penas en esta lógica lineal en que
hoy leemos la realidad, pensando que el pasado fue menos osado que el presente.
No, en occidente, decenas de comunidades
de mujeres se juntaron para la autodefensa. Especialmente se documentan estas
comunidades en Europa. Y parece ser que eran necesarias justo allá donde la
opresión era muchísimo mayor que en nuestros pueblos indígenas que antes de ser,
desgraciadamente, “descubiertos”, seguían viviendo en comunidad con sus dioses
y diosas, reconociendo, en muchas de sus civilizaciones, el poder de las
mujeres, la homosexualidad y la divinidad de la tierra como una madre que no se
vende ni se compra…
En Europa en cambio, las mujeres no
tenían la suerte de ser indias y con toda su blancura, habían ido siendo brutalmente
sometidas, poco a poco. Pero desde el siglo 12 comenzaron a rebelarse
abiertamente o no, muchas de ellas. A menudo recurrieron al recurso de
agruparse bajo el signo de una supuesta “devoción”. Rezaban y adoraban a Dios,
lo que ya era dudoso pues esos siglos estuvieron llenos de sociedades herejes,
que se agrupaban en la devoción a un dios con el que tenían algo así como
“acción directa”.
Los cátaros, los bogomili, los ascéticos
–como San Francisco, defensor de los pobres y animalista- aborrecían las
Iglesias, declaraban el Antiguo Testamento un instrumento demoniaco y
denunciaban a los curas por fornicadores, enriquecidos y cínicos. Estos grupos
por lo general, hombres y mujeres, donde las mujeres también predicaban,
viajaban por las ciudades, yendo como una especie de hipis apóstoles, diciendo
sus verdades al pueblo. Las mujeres pobres y fugitivas en cambio, eligieron las
comunidades asentadas en un territorio específico y a veces debieron
atrincherarse para no ser desalojadas.
PRODUCTORAS, MÉDICAS, LAICAS
No sólo había fugitivas en las calles
medievales, también muchísimas mujeres pobres que no tenían un lugar en el
mundo. Por esto se agrupaban para sobrevivir juntas.
A muchas, se les llamó beguinas. Desde el
siglo 13 en adelante, se multiplicaron las comunidades femeninas
semirreligiosas. No eran monjas ni estaban presas, salían cuando querían y
podían tener amores con hombres por fuera de las comunidades. Inclusive podían
dejar la comunidad para juntarse con algún hombre si así lo decidían en algún
momento. El ingreso en estas comunidades no exigía el rechazo a la pareja
heterosexual. Tampoco estaban sujetas a las disposiciones de la curia y para
sobrevivir, realizaban diversos trabajos manuales y médicos. Mantenían en sus
dependencias talleres artesanales, de textiles, de maderas y otros diversos materiales
con los que fabricaban bienes de consumo igual que lo hacían los maestros
varones que mantenían aprendices en sus casas medievales.
Cuando los maestros artesanos comenzaron
a organizarse en gremios de artesanos, es decir a institucionalizar su trabajo
para que la sociedad lo pagara como ellos consideraban justo, otra de las
medidas que tomaron fue dejar en claro que las mujeres no entraban en su
negocio. No querían competencia femenina. Se sabe de duros enfrentamientos en
Flandes de gremios masculinos con comunidades de mujeres productoras. La guerra
fría contra las comunidades de mujeres de parte de alianzas y complicidades
masculinas, ya en el siglo 15, llegan a apartarlas totalmente de la posibilidad
de sobrevivir de sus producciones. Se les prohíbe vender lo que hacen, apenas
se les deja el trabajo del cuidado de enfermos, pero en un rol secundario –igual
que hoy las enfermeras-. Los médicos son ellos, porque cuando la medicina se
institucionaliza también, las mujeres ya están siendo quemadas por brujas por practicar
sanaciones en base a sus conocimientos ancestrales de yerbas y procedimientos
para salvar vidas.
Así, cuando a las mujeres comienza a
negárseles el trabajo, a quemárselas por brujas, locas o por antojo de los
curas, comienzan, coherentemente, a desaparecer las comunidades porque ya no
tienen ni qué comer o directamente porque son allanadas por herejes…
Lo mismo sucede con los cátaros,
ascéticos, bogomilis y otros. Son torturados y asesinados sus cabecillas por
herejías… La limpieza sexista e ideológica se hace bien. El renacimiento, el
colonialismo, las monarquías, las criminales cruzadas, ya no tienen que lidiar
con estas enemigas que son las mujeres de comunidades ni con los denunciantes
de sus degeneramientos, y pueden trasladarse tranquilamente -mientras dejan la “casa
familiar ordenada”-, con su cruz y su fálica espada desde Europa a las, según
estos ignorantes, Indias, a matarnos a nosotras y nosotros…
JUETTE, UNA SANTA BRUJA…
En la ciudadela rebelde de Juette, en Huy
(Bélgica) entre los años 1150 y 1180 se oyó hablar de Juette. Su historia, que
ella contó en su lecho de muerte a un cura que la reprodujo, dice que fue una
niña que a los 13 años fue casada por conveniencia con un viejo rico algo
decrépito para ese periodo de la historia, de 50 años. El padre de Juette era recaudador
de impuestos y como a todas las niñas, su padre la vendió a otro varón. Ambos
ganaban, el padre se quitaba un peso de encima quedando emparentado con un
hombre rico, y el marido se llevaba una doncella para desvirgar alegremente.
Juette, la niña, tuvo varios embarazos y
partos, varias muertes de hijos también –tal vez abortos- y al final se quedó
con dos hijos vivos. Para su felicidad, su marido murió de viejo luego de cinco
años de matrimonio. Sin embargo, como era de esperar, su padre le ordenó
casarse de nuevo. Una mujer no podía vivir sola. Pero ella, ahora ya de
dieciocho años, se negó rotundamente.
Su padre la llevó ante el obispo de la
aldea, quien la sometió a un juicio en una corte repleta de curas y otros
machos. Cosa extraña, el alegato de defensa lo hizo ella misma diciendo que ya
se había dado un esposo: Cristo. Nada menos y nada más.
Hizo un discurso católico de castidad y
de rechazo al sexo, “al cuerpo y a sus miserias”, y logró lo que quería. No la
casaron.
Se sabe que siguió criando a sus hijos en
la casa que le había quedado luego de su viudez. Cuando su padre muere, sus
primos y hermanos que consideraban que el viejo padre se había puesto blando
con ella, volvieron al ataque. Un hombre acaudalado, allegado a la familia es
el elegido para futuro marido, y aunque Juette se da cuenta y lo expulsa de su
casa, una noche, sus primos la invitan a cenar y la retienen hasta el momento
en que se presenta el “galán”.
En la casa del siglo 13, incluso en las
más ricas, no existían lugares cerrados donde alguien, y especialmente las
mujeres, pudieran refugiarse. Cuando se apagaba el fuego de las chimeneas y se
iba la luz, ellas quedaban expuestas a las atribuciones sexuales de los hombres
(esas que tanto odiaba Juette). Ella no se duerme y espera, cuando oye que el
hombre se acerca, comienza a gritar, presa de extraños espasmos. Dice que la
virgen “esplendida” está frente a ella, que la salvará de la lujuria masculina,
que la santa señora la oye y la ve, que en realidad, los está mirando a todos y
castigará a cualquiera que la toque. Nadie quiso discutir con la virgen y todos
aterrorizados del castigo de ese dios terrible que la respalda, dejaron
tranquila de una vez a Juette.
AUTODEFENSA DE MUJERES
Antes de que en alguna cabeza cupiera la
idea de una posesión demoníaca, ella anunció (y/o actuó) más y más apariciones
de mujeres santas. Nunca de hombres santos. No le gustaban los hombres… Comenzó
a hacer obras de caridad, a cuidar enfermos, a ayudar a morir a los
agonizantes, cuidaba a los leprosos. Dilapidaba sus rentas en los pobres. Decía
que a dios no le gustaba que la gente tuviera demasiado dinero. Y es cierto que
muchos ricos intentaban salvarse de la ira divina con limosnas, pero Juette iba
mucho más lejos, vendía hasta sus muebles para dar dinero al refugio de
leprosos, donde además se quedó viviendo por diez años.
Se comentaba que comía, dormía y se
bañaba con los leprosos. Sus hermanos la acusaban de loca y le quitaban lo que
podían de sus bienes. Mientras, las santas siguen apareciéndosele, y
generalmente le soplan secretos sobre los actos pecaminosos de curas y hombres
influyentes del pueblo. Secretos que ella usa tan bien que nadie se atreve a
actuar en su contra.
A los 30 años, se va a vivir a una casa
vecina al leprosario, en las afueras del pueblo, y nunca más sale de ahí. Lleva
a vivir a su lado a otra mujer. Decía que era su “sirvienta”. Sirvienta, amiga
o pareja lésbica, aquella compañera de Juette, se encargó de ser sus ojos y
oídos en el pueblo. Juette sigue enterándose exactamente de quién se acuesta
con quién, qué obispo con cuál otro, qué hombre de renombre es cornudo, qué
señoras devotas tienen amantes, que macho se acuesta con hombres, y se entera de
todos los placeres prohibidos de los poderosos. El chantaje sigue su curso y
nadie se atreve a desafiarlo. Esta mujer no parece tener mucho que perder y no
necesita de ellos para vivir.
Es por esa época que comienza a recibir
más y más mujeres en su fortaleza. Jóvenes prófugas del matrimonio, adultas
arrancando de los golpes, mujeres estigmatizadas por sus comunidades, diversas
fugitivas. Juette las recibe a todas. Cuando alguna joven se va con un hombre,
ella la amonesta, pero luego la vuelve a recibir y dice a todo el pueblo que
fue el hombre quien la envolvió con sus artes sexuales ante las que la joven
inocentemente “cayó”…
La comunidad de autodefensa de Juette,
sigue actuando durante 30 años en el pueblo de Huy, hasta que ella muere a los 70
años de edad. Cuando se filtra la noticia de la muerte de la líder, llegan
varias comitivas que conminan a las mujeres a salir pacíficamente y a volver a
sus matrimonios y a sus familias. Ellas, necias, se niegan y demandan seguir
encerradas en su fortaleza, pero el obispo, sin ya ningún chantaje que lo
obligue a nada, deja la tarea del desalojo a hombres armados.
¿"SANTA" JUETTE? ¡NO JAMÁS!
Al cabo de decenas de años, algunas voces
de monjas en el territorio actual de Bélgica, intentaron santificar a Juette
"por su pureza", pero, claro, la Iglesia se negó rotundamente –menos mal-. La Santa Iglesia había
soportado a Juette mientras vivía, ahora, muerta, pensaba enterrarla
definitivamente. Pero no pudo, ella pasó a la historia en esos libros algo
marginales que ocupan a historiadores e historiadoras testarudos, a
investigadores incesantes y a feministas vociferantes.
No, Juette no fue una santa bajo ningún
punto de vista y está bien, ninguna mujer la necesita metida en un Iglesia.
Ella existió, resistió y se rebeló con muchas otras, apelando a la ancestral
costumbre femenina de hacer comunidad. Comunidad para ayudar a cuidar a las
guaguas, comunidad para ayudarse mutuamente a abortar embarazos que no traerán
ninguna marraqueta bajo el brazo, comunidad para producir, para trabajar y
divertirse. En definitiva, comunidad que se autodetermina como grupo y como
individuas. No necesitaban Ley VIF ni ocho cuartos, sólo su fuerza, audacia y
ganas de salvarse de todas las violencias.
Victoria Aldunate Morales, lesbofeminista autónoma, escritora, terapeuta
Algunas Fuentes: Georges Duby.
"Mujeres del Siglo XII” Ed. Andrés
Bello../ Margaret Wade Labarge "La Mujer en la Edad Media “ Ed.
Nerea/ “Historia de las Mujeres” Tomos
2 y 3 Varios Autores Ed. Taurus/ Carlos Fisas “Mujeres, amores y
sexo en la Historia ”
Ed. Plaza & Janes
Carpeta Didáctica. Mujeres Medievales. Clara
Martínez Tomás, España.